“Veo cambios allá donde imagino”
Una reflexión sobre los resultados del "Cuestionario para el futuro" que se lanzó en mayo de 2020.
Desde Concomitentes se aspira a tejer lugares de encuentro entre el arte y la sociedad, poniendo a la ciudadanía en el centro de la producción de obras que se relacionan, que están situadas e interdependientes. En esos procesos, la escucha resulta fundamental, y en línea con este modo de hacer es por lo que lanzamos en la primavera de 2020 “Un cuestionario para el futuro”, en el momento concreto del estallido de la pandemia. Este dispositivo lo concebimos más bien como espacio de conversación en un momento en el que el diálogo ciudadano se había enmudecido, para así alentar un debate más necesario que nunca sobre el mundo en el que queremos vivir a título individual y también como sociedad.
Esta iniciativa –en la que participan 498 personas de España y de otra decena de países europeos–, fue una de las pocas encuestas que se habían generado en este momento, lo que además de este valor conversacional también le confiere cierta importancia como instantánea de un período excepcional. Tenemos aquí un testimonio sobre cómo nos imaginamos nuestro futuro cuando la sensación de incertidumbre sobrevoló el estado de ánimo de todos nosotras. Ahora, en verano de 2021, la lectura de estas respuestas da otra perspectiva, aunque cierto es, que esta incertidumbre de la primavera del 2020 aún sigue presente.
Cuando preguntamos cómo se imaginan los meses que seguirían al encierro, las respuestas ya mostraban todo un entramado de sentimientos encontrados que combinaban preocupación y escepticismo.
“Creo que somos una sociedad inmadura, aún dando mil vueltas a nuestros políticos, quienes están demostrando que no se fían de la ciudadanía” o "‘De adversidad vivimos’, como dijo Helio Oiticica", con otras impresiones más atravesadas por la apertura y la curiosidad: “Mezcla de gran preocupación por la creciente pérdida de nuestros derechos básicos y la sensación de que existe la posibilidad de una nueva unión”; o “me debato entre pensar que algo va a cambiar el modelo que no funcionaba, pero creo que no será posible”.
Y es que la crisis activada por la covid destapó el telón de una crisis sistémica, más allá de la económica, que se muestra en las urgencias ecológicas y medioambientales, en las políticas de salud, de educación, migratorias y de vivienda, y de profundos desequilibrios sociales. “Ya es una crisis. Una crisis dentro de otra crisis. A modo de matrioska. Pero todo siempre está, en cierto modo, en crisis. La ‘normalidad’ no sé si existe realmente”, responde una de las personas encuestadas. Otra persona afirma: “Estamos en continua crisis, pero hay momentos en que hay un desbordamiento que supera nuestra capacidad de análisis y conceptualización del mundo. En los interregnos nacen y mueren cosas”.
Reacciones a un encierro: “Todo puede ser sustituido, pero la cuestión es si será divertido o no”
Uno de los cambios iniciales y evidentes que gatilló la pandemia fue cómo el traslado de nuestras actividades sociales y profesionales a la esfera digital. Ante la imposibilidad del contacto directo y físico, el entorno digital sació en parte la necesidad de “estar juntos” y esquivar el “miedo al otro”. En este sentido, el 89% de las personas consultadas creyó que la experiencia de trabajar en remoto, adquirida durante la pandemia, cambiaría nuestra vida laboral futura. Para bien, ya que se reducirían los viajes y desplazamientos y podríamos conciliar mejor la vida familiar y laboral. Pero, en contraposición, esta incursión digital también despertó preocupaciones: desde una perspectiva de género, complicándose la diferenciación entre el ámbito personal y profesional, desde un punto de vista tecnológico, multiplicándose la dependencia de los dispositivos digitales y softwares privativos, y sobre todo acerca del empleo de herramientas digitales para rastrear nuestros movimientos.
Había una clara preocupación sobre cómo el afán de controlar la pandemia pudiera vulnerar nuestro derecho a la privacidad, aunque hubo también voces disidentes - "En caso de extrema necesidad, no estaría en contra, pero sólo por un espacio de tiempo determinado”, comentaba una participante. Así, con un “bajo ningún concepto podemos vivir en un estado/sociedad controlada que restrinja movimientos o nos vigile”, la mayor parte de las respuestas subrayaban la necesidad de confiar en la responsabilidad colectiva y la conciencia ciudadana, a fin de incrementar una forma de control autogestionada: “Frente al civismo es totalmente innecesario el control. Por otro lado, estoy segura de que derivaría en prácticas abusivas o con intereses comerciales”.
Ante la pregunta: ¿Sustituirá lo digital a los espacios presenciales y al espacio público? Los datos que arrojó el cuestionario fueron tajantes, el 97% concordó en que los medios digitales no iban a sustituir aspectos de nuestra vida tan claves como pueden ser eventos sociales no planificados, las derivas, el azar, la serendipia, los abrazos o las muestras de cariño. A pesar de esta afirmación, el 65% de los encuestados especuló que su comportamiento en el espacio público sería diferente, iniciando un proceso para el aprendizaje, reajuste y adaptación. Algunas de las respuestas ya pusieron sobre la mesa derivas que se abordaron durante toda la pandemia: “Distancia física” y “lejanía con los demás”; “estaré más ansioso. Evitaré situaciones de hacinamiento a las que antes no tenía miedo”; o “desgraciadamente cambiará mi forma de saludar a familiares y amigos, no abrazos”.
(Re)imaginando la relación con el entorno local y el lazo comunitario: “Esperemos que algo de la idea de los bienes comunes promueva algún cambio”
Otro de los aspectos clave de este cuestionario era animarnos a imaginar un mundo post-pandemia que haya superado el shock inicial y se haya recolocado y encontrado en su nuevo sitio. Un ejercicio de visión, imaginación, casi de juego, en el que se combina un amplio abanico de afectaciones que parten de la digitalización de los afectos, de la normativización del uso del espacio público, el incremento de la vigilancia, las alteraciones en la movilidad y el turismo, los trastornos en la salud mental o cambios en valores y éticas, resituando prioridades. Es aquí dónde se puede apreciar la gran capacidad de adaptación de la ciudadanía. Hubo una sorprendente cantidad de voces que hicieron un ejercicio dialéctico, entre utopías y visiones más realistas, sobre esa posible sociedad que podría emerger de esta crisis, desde el incremento de la voluntad de ayuda mutua y de solidaridad social, creando un nuevo entorno público, compartido y común. Una esfera pública que no asume la privación de derechos ya conquistados, en la que no prevalecen las políticas del libre mercado, las grandes alianzas del estado o las grandes entidades empresariales. “Creo que fomentar lo común, la ayuda y la colaboración nos hacen conscientes de la capacidad que tenemos de participar y transformar, cosa que en sí misma es el mejor antídoto contra el miedo al otro”.
El 73% de las personas no creyó que, a raíz de la pandemia, sólo cambiarían las prácticas asociadas al espacio público, para combinarse con lo digital y adaptarse al aumento de la burocratización.
Se apunta a un dibujo en el que prima la solidaridad ciudadana, con casi un 75% de los encuestados recalcando la importancia de los contactos sociales cercanos, estando un 85% dispuesto a renunciar a cierto bienestar personal para lograr un sistema de producción y distribución más local, y un 88% a invertir parte de su tiempo para colaborar en proyectos que fomenten lo común.
Poco a poco, de un espacio digitalizado y con distancias sociales las respuestas proyectan conceptos clave como la proximidad, el cuidado, los afectos y la colaboración. De hecho, el 64% de las personas participantes vaticinó que en el futuro se prestará una mayor atención a los cuidados y un 77% que se encontrarían soluciones en los sistemas de producción de proximidad ante un sistema económico colapsado. Lo muestran frases como éstas que responden a la pregunta sobre qué sociedad emergería de la crisis sanitaria: “Creo que así se contribuiría a volver a unos tiempos más acordes con el ritmo humano y menos maquinales (se reduciría el estrés y las enfermedades que genera), a pensar más en colectivo y en el largo plazo”. No obstante, hubo también voces que alertaron de que esta reafirmación de lo local no debe derivar en aislacionismo: “Una mayor resiliencia local no debería estar reñida con una gobernanza mundial o continental”. Especialmente voces de Alemania consideran que la interconexión internacional es una realidad a la vez que necesidad: “Me parecería difícil volver a estructuras locales. Me gusta un mundo internacional, soy amigo de una Europa unida y no quiero volver a las fronteras nacionales vigiladas”.
El valor de la cultura: “El sector cultural puede abrir nuevos caminos en situaciones de crisis y promover sinergias interdisciplinarias”
Solo una cuarta parte de las personas que participaron en la encuesta procede del sector cultural y ese dato nos da cierta confianza que las respuestas obtenidas no están condicionados por un determinado sesgo profesional. Es interesante observar en este sentido el papel de la cultura en una escala variable, desde la que se gradúa la importancia de sectores profesionales en función de diferentes escenarios. La mayoría de los participantes identificó como los sectores más idóneos a la sanidad, la ciencia y la agricultura para superar una crisis económica y sanitaria. A la vez el Estado, a través de la administración pública, ocupa posiciones relevantes, en tanto ha de ser garante de prestaciones universales y reequilibrador de desigualdades.
Pero a la hora de especular sobre una situación post-crisis y, pensando en una sociedad ideal que emerge de la misma, la educación adquirió una mayor relevancia, al igual que la cultura. La contribución de la cultura, aunque quizá irrelevante para el bienestar físico, fue valorado como de importancia vital en tanto que podría ser capaz de hacernos replantear nuestro modos de relación con el otro, abrir espacios de participación ciudadana y servir como promotor de sinergias transdisciplinares, como señala una de las personas encuestadas: “Curiosamente hace años ya venía preguntándome sobre cómo seguir construyendo desde la cultura, creo que nuestra alianza con otros sectores como la ciencia o la industria será fundamental”.
La crisis como oportunidad: “Hemos reflexionado, somos más conscientes y responsables”
En su último tercio, el cuestionario se convertía en un convite para imaginar cómo este momento de excepción condicionará nuestro futuro. Preguntamos si en un hipotético 2040 una persona, que vivió esta crisis siendo niño o niña, creerá que los acontecimientos hayan tenido una influencia sobre la sociedad en la que vive ahora. Casi el 70% de las personas participantes pensó que, efectivamente, esta crisis va a generar efectos a largo plazo: “Esta crisis dejará un largo rastro que afectará a la vida cotidiana”, dice una participante. Sin embargo, por encima de las preocupaciones sobre las posibles secuelas a largo plazo de la pandemia, las personas participantes expresaron con claridad que consideran que las amenazas relacionadas con el cambio climático constituyen la amenaza más concreta y grande para la sociedad mundial, y que ésta afectará a nuestra configuración social de una manera más profunda que la de los efectos de la pandemia. Pero, también hubo cierta esperanza de que la pandemia pudiera suponer un punto de inflexión hacía modelos de reconversión ecológica y social, y que esta crisis nos conciencie como sociedad de cara a los grandes retos a los que tendremos que enfrentarnos en el futuro.
Una crisis integral, global y urgente, como la que acelera la covid, no puede entenderse sin su potencial transformador que empieza desde cada uno de nosotros.