Introducción Mutaciones en el espacio público
Texto escrito por Sören Meschede y Fran Quiroga.
“Una transformación de la sociedad supone la posesión y la gestión colectiva del espacio mediante una intervención constante de los ‘interesados’ con sus múltiples, diversos y contradictorios intereses. Así pues, mediante la confrontación”
Esta publicación, que lanzamos desde Concomitentes y en colaboración con la editorial Bartlebooth, es la primera de una serie de libros que busca ahondar en una idea del espacio público en su sentido más amplio, especialmente en los intersticios entre el arte contemporáneo y la ciudadanía. Con esta colección queremos reforzar y acompañar los proyectos que realizamos en colaboración con la sociedad civil y sobre el territorio, para así hacer hincapié en la capacidad del arte de ensayar nuevas formas de extender la democracia.
Mutaciones en el espacio público tiene como punto de partida dos fenómenos interrelacionados entre sí y que se han acelerado en la pandemia: un espacio público cada vez más regulado y controlado y unas vidas cada vez más centradas en la productividad, el trabajo y el consumo. Pareciera que durante este tiempo pandémico nada más sucedía, pero todo lo contrario, en la esfera pública se estaban intensificando inequidades, controlando tiempos, distanciando comunidades o limando la potencia de la imaginación política. Con este libro queremos empezar a contribuir, desde la perspectiva de las artes y la cultura contemporánea, al debate sobre los aprendizajes de esta pandemia, tanto para pensar en el futuro de la esfera y del espacio públicos, como para indagar en cómo podemos reformular, en términos sociales, materiales, subjetivos y simbióticos, nuestra relación con el planeta y así responder a la crisis ecológica en la que ya nos hemos sumergido.
La historia nos ha mostrado que enfermedades y epidemias son algo más que meros episodios que apenas interrumpen el transcurso de la historia. De hecho, podría decirse que la humanidad es la evolución de una simbiosis íntima con patógenos microscópicos que ha ido condicionando nuestra relación con los y las demás y con lo que nos rodea, mutando la política y las instituciones de las sociedades de todo el mundo.
"También la covid se ha desvelado como una plaga con cierto potencial transformador. No solo ha demostrado que es capaz de paralizar la economía y la vida cotidiana de la ciudadanía durante un tiempo prolongado"
La cercanía de la muerte nos ha hecho más vulnerables, el miedo al contagio ha ido parejo a la desconfianza hacia el otro, la sociabilidad —entendida como ese entramado de cuidados y corresponsabilidades mutuas— se ha resquebrajado y el espacio público se ha achicado.
Probablemente no será posible, ni deseable, proseguir el anhelo de volver a un estado “normal”. Visto así, es legítimo preguntarse si no sería mejor abandonar conscientemente nuestro modo de vida actual y aprovechar la pandemia como un catalizador, que brinda la posibilidad de superar el status quo deficiente para ahora fijar el rumbo hacía otra normalidad. La filósofa Naomi Klein llama a esa idea la doctrina del shock y la toma prestada de unos escritos del economista neoliberal Milton Friedman, quien sostiene que cada crisis se puede ver como el momento ideal para promover un cambio paradigmático. Donde Friedman vio una oportunidad para una implementación de unas políticas neoliberales, Klein interpreta este momento como el idóneo para una reflexión colectiva y social y concluye: “Nos encontramos en este momento en el que ya no quedan opciones no radicales. (...) Y lo que queremos decir con esto es que el cambio climático, si no cambiamos el rumbo, si no cambiamos nuestro sistema político y económico, va a cambiar todo lo relacionado con nuestro mundo físico”[1].
La pandemia va a cambiar indudablemente nuestros modos de hacer sociedad, la pregunta es qué camino vamos a tomar. ¿Se enquistarán estos momentos de incertidumbre y ansiedad social que hemos vivido en 2020, mermando las afectaciones personales, la construcción de subjetividades o las propias interacciones sociales? ¿O seremos capaces de aprender de la observación de nuestras carencias para atrevernos a dar paso a una reflexión mayor sobre lo que nos define como sociedad y sobre cómo queremos vivir en el futuro?
[1] Naomi Klein, "There are no non-radical options left before us", Salon, 04/02/2016, ‹www.salon.com›.
Milton Friedman, Capitalism and Freedom, Chicago, Chicago University Press, 1982, p. 8.
"La cultura no debería permanecer ajena en las respuestas a estos procesos, sobre todo si se concibe como un actor social relevante"
En Concomitentes, esta temática nos toca especialmente de cerca, porque nos debemos al proyecto francés Nouveaux Commanditaires, que tiene entre sus lemas “Faire art comme on fait societé” [Hacer arte, como se hace sociedad]. Al fundar nuestra asociación en España en 2018, adaptamos esta insignia para señalar que Concomitentes es un proyecto que nace desde el arte, pero también con una evidente incidencia social. Ese doble objetivo nos acompaña constantemente. Por un lado, trabajamos para que el arte contemporáneo se convierta en una parte esencial en la vida cotidiana, pero, por otro, que los proyectos afecten, que tramen comunidad desde la consciencia de que el espacio público y social es un lugar en permanente disputa.
Ante el anhelo y el deseo compartidos de indagar sobre lo que podrían suponer los años 2020 y 2021 en nuestro devenir común, surgió una investigación, que no se quedó en un análisis del aquí y ahora, sino que se atrevió a mirar hacia el futuro. En abril de 2020, lanzamos una encuesta pública bajo el título Un cuestionario para el futuro, que se concibió como un ejercicio reflexivo sobre dos cuestiones fundamentales: la percepción personal de un tiempo excepcional y el deseo de conocer en qué sociedad queremos vivir. Aprovechamos las conclusiones que nos brindaron las respuestas de las 498 personas que participaron en este cuestionario para entablar una conversación con un grupo heterogéneo de agentes sociales y culturales, con un convite claro: dilucidar conjuntamente sobre esas mutaciones que están emergiendo en el espacio público. En paralelo, buscamos otras voces y otros puntos de vista para que dialogasen y extendiesen una conversación, más necesaria que nunca, sobre la necesidad de reconfigurar nuestras relaciones: entre nosotras mismas, con el planeta, con el poder, con la norma, con el objeto-arte o con la propia relación espacio-tiempo.
Para facilitar la lectura de Mutaciones en el espacio público, hemos agrupado el material que surgió de esta investigación en cuatro bloques. El primero de ellos, Más allá de la norma, se abre con Eficiencias sin vida, en el que Fran Quiroga observa que el dictado de la eficiencia —entendida desde una óptica productivista— ha ido dominando cada vez más nuestras esferas privadas y, por extensión, públicas. A través de varios ejemplos, ilustra que esta eficiencia no solo no es efectiva, sino que incluso es perjudicial para entornos sociales y medioambientales y aboga por prestar más atención a lo inesperado y a lo imprevisto como forma más compatible con la vida. Amador Fernández-Savater y Marcos García llevan este debate, que Fran Quiroga sitúa más en el ámbito de las ecologías sociales y medioambientales, a la esfera cultural. En su conversación, titulada Habitar el conflicto, parten del análisis de que faltan imágenes de cambio que sean capaces de alentar un interés por una transformación de nuestra sociedad. Las prácticas que podrían proveernos esta imaginación las localizan en los movimientos sociales y culturales de las últimas décadas. Savater y García han sido capaces de interpretar la incertidumbre y la improvisación, no como una amenaza, sino como un reto desde el que provocar transformaciones sociales. La británica Lyndsey Stonebridge también insiste en su breve ensayo El mundo por venir: una nueva política de la esperanza en la importancia de nuestra capacidad de soñar otras realidades. Nos recuerda El principio de la esperanza, del filósofo Ernst Bloch, para insistir que proyectar esperanzas en el futuro no es un pasatiempo banal, sino “el anhelo de otra forma de existencia”.
El segundo bloque, titulado Ecologías de lo cotidiano, versa sobre el concepto del espacio público y se abre con La pandemia refuerza el apoyo mutuo, un relato de Mary Mattingly sobre cómo la pandemia ha generado en Nueva York una vasta red de apoyos y una nueva conciencia ciudadana, que se puede entender como un acto de resistencia frente a la desmantelación de los servicios públicos en la sociedad americana. Esa idea la recoge Comunalizar la ciudad: del consumo al cuidado, el texto de Maria Shéhérazade Guidici. Partiendo del análisis de un fresco de Ambrogio Lorenzetti, que representa dos visiones de la ciudad de Siena del siglo XIII, cuenta cómo la epidemia de la peste de 1347 significó el final del experimento comunal de Siena y se pregunta: “¿Puede la actual pandemia animarnos a repensar las ciudades como lugares de cuidados?” Guidici lanza una crítica al concepto occidental del espacio público tal como fue concebido desde el Renacimiento hasta nuestros días, por negarle una participación directa a la ciudadanía y transferir toda la responsabilidad de los cuidados al Estado. José María Torres Nadal vincula esta idea con las ecologías y con la justicia social. En La vida, el espacio público, la pandemia y la arquitectura, eleva el marco definitorio del espacio público a un concepto holístico, para funcionar como un “territorio de vida”, un “espacio-cuerpo-público-político” que hay que cuidar y atender desde una perspectiva más allá de lo humano.
El bloque Tiempo público se inicia con ¿Dónde estás?, un texto muy personal de Leticia Sabsay, en el que analiza cómo la política del confinamiento ha vuelto a popularizar conceptos como “núcleo familiar” u “hogar”. La necesidad de pertenecer a un determinado lugar y la relación espacio-temporal siempre han estado allí presentes, pero, en el unísono de nuestras vidas occidentales, ha perdido importancia. Para Sabsay, la pandemia pone en evidencia la multitud de factores (geográficos, familiares, políticos...) que condicionan la respuesta a las preguntas ¿dónde estás? y ¿cómo estás?, y concluye que, con la falsa seguridad que nos sugiere la pertenencia a un determinado lugar y tiempo, corremos el peligro de olvidar que el tiempo y el espacio pueden ser plurales y heterogéneos. En su contribución ¿Qué tiempo hace?, Jara Rocha y Amparo Lasén exploran cómo las políticas públicas de cuarentena y confinamiento han afectado a esta percepción temporal personal y a los climas emocionales que la acompañan; a la vez, analizan, retomando una idea que ya se percibe en el primer bloque: cómo el estado de excepción permanente ya venía siendo dado y se acentuó con la pandemia. En esa temática también insiste Athena Athanasiou. En su texto, Una y otra vez, ya no, todavía no, elabora una crítica mordaz al capitalismo actual para luego reflexionar sobre el fenómeno de que, incluso en momentos de crisis, no seamos capaces de dejar volar nuestra fantasía y solo seamos capaces de fantasear de manera responsable y (auto)regulada. Su pregunta “¿cómo podemos reivindicar la imaginación de la vida colectiva al margen de la capacidad de normalización de un presente que limita y distribuye injustamente esas posibilidades?” resuena en varios de los textos de esta publicación.
Cerramos el libro con El arte como espacio de encuentro, que trata la aparente brecha entre la realidad de las instituciones culturales y su vocación de ser un actor público y social relevante. En Un museo fuerte, un museo vulnerable, Haizea Barcenilla y Eneas Bernal parten de la paradoja de que las normas del comportamiento social que se aplicaron durante la pandemia lo son desde hace décadas en los museos y centros culturales. A través de cinco ejemplos, muestran cómo los espacios de la cultura pueden albergar experiencias de vida y se preguntan qué tipo de relaciones queremos que se planteen entre objetos, cuerpos y espacios. Este texto dialoga con Un tanque en un pedestal, un ensayo de Hito Steyerl, publicado 2017, en el que la artista alemana lanza un ingenioso órdago a las instituciones culturales, para reforzar su vinculación con las cuestiones sociales actuales, en vez de limitar su cometido a la salvaguarda del pasado. Lo complementa una conversación entre Alexander Koch, Anastassia Makridou-Bretonneau y Sören Meschede sobre el potencial de las prácticas artísticas que ensayan nuevos modos relacionales y, especialmente, aquellas que ensanchan la democracia y la felicidad por el seguir construyendo juntos.
"Finalizamos Mutaciones en el espacio público con una aproximación a los resultados de la encuesta Un cuestionario para el futuro, una reflexión sobre la percepción coral de un momento concreto, cuyo valor reside en ser la foto fija de un sentimiento colectivo al inicio de la pandemia, con todas las dudas, angustias, frustraciones y anhelos futuros que trajo consigo"
La pandemia ha constreñido obligatoriamente al espacio público y este embate ha puesto en evidencia procesos políticos que ya se estaban anunciando en las últimas décadas: la creciente normativización del espacio, la inequidad social, la desconfianza en el otro, el desmantelamiento de iniciativas públicas o comunitarias o el ansia por la inmediatez se han desvelado con mayor crudeza en los últimos años. Mutaciones en el espacio público es una apuesta por reconfigurar las relaciones materiales y sensibles de nuestro presente, pero, sobre todo, es un convite para recuperar la alegría por seguir construyendo en común.