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Diario 25.07.2025

Dar sentido al mundo, al agua y a la sequía

Así fue la segunda edición de El agua brota sin avisar



Hace un año bailamos y sudamos para llamar a la lluvia. Celebramos el encuentro e invocamos los imposibles con la primera edición de “El agua brota sin avisar”, habitando una cantera, una sierra horadada por las gramáticas extractivistas, para recordarnos que no hay lugares vacíos, sino silenciados. El primer evento “El agua brota sin avisar” reunió al grupo de comitentes de Non plus ultra e invitó a más gente a una acción colectiva para utilizar la práctica artística como un modo de visualizar las redes y las historias que hay en el sur de Badajoz, mostrar un imaginario que se resiste a las lógicas de la sequía y la despoblación. Invocábamos una lluvia tan literal como simbólica: lluvia de historias, de encuentros, de voces diversas y de futuros posibles.

Y llovió. Llovió muchísimo. Los embalses y acuíferos bebieron, el campo lo agradeció en muchos lugares y en otro sufrieron las consecuencias crueles de un urbanismo descontrolado y de políticas negligentes. En Badajoz, durante los primeros meses del año, cayó más del doble de agua habitual (entre enero y abril una media de 477,2 litros por m2). Y después de varias trombas que refrescaron el suelo e hicieron brotar arroyos que llevaban demasiado tiempo secos, el junio más caluroso del que se tiene registro.

En medio de este caos climático, el proyecto Non plus ultra ha seguido fortaleciendo las comunidades del sur de Badajoz, buscando narrativas (mitologías podríamos decir) con las que resituarnos en las consecuencias del extractivismo colonial que está en la base de la crisis climática. Volvimos a convocar “El agua brota sin avisar” para que el del año pasado no fuese una evento excepcional y único, sino una celebración anual organizada desde la comunidad local, con algunos elementos que se repiten y otros que van variado, pero sobre todo alimentada con el deseo de un grupo de gente por juntarse en un momento significativo (el solsticio, el fin de las clases, el comienzo del verano… no importa mucho cuál). Puede que así comiencen las tradiciones: con encuentros que se repiten porque ayudan a dar sentido al mundo que habitamos.

Este año, “El agua brota sin avisar” coincidió terminando de perfilar la intervención con la que el artista Francesc Ruiz está respondiendo al encargo de Non plus ultra (que se presentará públicamente el próximo octubre). Su propuesta atiene a los espacios de circulación de historias y comunidades en las trasnformaciones del paisaje de las “urbanidades difusas”, observando los flujos secretos del territorio. A partir de esa investigación decidimos hacer un taller de impresión de fanzines y autoedición, para compartir recursos y estrategias colectivas con las que contar historias conectadas al territorio. El taller se transformó rápidamente en un taller de NO IMPRESIÓN NO FANZINE NO COMIC NO AUTOEDICIÓN, disparado por un pequeño accidente: la máquina de risografía con la que íbamos a trabajar dejó de funcionar. 

Grupo de personas sentadas en mesas escuchando a Francesc Ruiz
Taller con Francesc Ruiz

Este incidente (lógico en una máquina de más 20 años, que ha sufrido muchos viajes y ha dado tantas alegrías como momentos de frustración) detonó una reflexión sobre las lógicas de los circuitos de autoedición en los que se gasta tanta tinta como sudor, y la necesidad de generar modos de distribución generosos, pensados desde el cuidado y los recursos con los que contamos sin entrar en dinámicas de autoexplotación. Reflexiones que dieron forma a un sistema de reproducción con el que “imprimir” sin impresora, generando imágenes colectivas y una cadena de copias abiertas a la interpretación y variaciones. Dando la vuelta a los imaginarios de sequía y sus limitaciones, en un par de horas emergió un proyecto editorial, “Ediciones potables”, y una edición de 86 ejemplares para distribuir por el pueblo.

Copias del mismo dibujo hechas a mano
Copias sin impresora

El taller terminó cerca de la puesta de sol, cuando el calor empezaba a retirarse y la luz invitaba a salir a recorrer los paisajes postindustriales de la antigua cementera de Los Santos de Maimona. Entre las ruinas del pasado siglo, una extraña figura blanca, apodada como “cigüedrag” por algunes participantes, nos invitaba a seguirla. Se repetía un gesto mágico que en el evento del año pasado nos había sacado del pueblo y nos había guiado hasta una cantera. Estaba vez nos condujo entre los restos de cemento hacia un olivar mientras conectábamos mangueras y tratábamos de que no se enredasen con los cardos y piedras. Teníamos la indicación de llevar agua, aún no sabíamos para qué. 

El último tramo de la manguera era un tubo con perforaciones para regar. Al llegar al olivar, Élan d’Orphium lo comenzó a anudar con los tubos de regadío que ya estaban instalados en los olivos. El proceso era complicado y solo se podía hacer colectivamente, sujetando aquí, levantando allá. Varios brazos se mojaban mientras el agua avanzaba por el aire.

Élan d'Orphium en un olivar sujetando tubos de regadío
Élan d'Orphium en el olivar

Los olivos han sido siempre un cultivo de secano, adaptado a climas duros y temporadas secas, pero en la última década se han intensificado con sistemas de regadío. Con la infraestructura de goteo producen más aceitunas y más rápido, pero tienen un gran gasto de agua en unas tierras donde no abunda. Los olivos altos y de troncos nudosos y centenarios están siendo sustituidos por pequeñísimos olivos plantados en espaldera, se pueden instalar más en el mismo espacio y conviene que produzcan aceitunas sin crecer alto para que sea más fácil la recogida. 

Los árboles que intervenimos junto a Élan d’Orphium no eran los arbustos intensivos, pero tenían el sistema de regadío, en una zona límite entre el cultivo tradicional y un pequeño empuje industrial. Con unas cintas de raso condujo lentamente el agua que salía de los tubos hacia unos pequeños objetos terrosos en el suelo. Esperamos escuchando el repiqueteo de las gotas, lentamente, mientras el sol se ocultaba. Un grupo de personas en medio de un olivar observando el sistema de regadío intervenido para otra cosa, pequeña y misteriosa, hasta que Élan d’Orphium consideró que había caído suficiente agua por las cintas de colores y ofreció el objeto a una de las asistentes: era un silbato de barro que, al llenarse de agua y soplar, producía el trino de un pájaro.

Élan d'Orphium entregando un silbato
Élan d'Orphium repartiendo silbatos

La acción se repitió varias veces, otras cintas de colores y pájaros de barro bebiendo. Y cada vez que uno se llenaba aparecía un nuevo piar. En poco tiempo, todo el grupo estaba soplando y trinando, el olivar pasó del silencio del anochecer a una fiesta de pájaros que se desperdigó entre las sombras del campo. Élan d’Orphium había “hackeado” el sistema de regadío para escapar de la lógica productivista que amenaza los acuíferos y de una mirada especulativa hacia los recursos comunes. La implantación de sistemas de regadío a la que se ven forzados muchos agricultores para sobrevivir en un mercado especulativo cada vez más competitivo no solo supone un mayor uso del agua en una tierra atravesada por la desertificación, también conduce en ocasiones al endeudamiento para invertir en las instalaciones y acelerar la productividad. El suelo y el agua se convierten en piezas de un engranaje financiero. Ante ese uso cortoplacista del agua, el concierto de pájaros de barro (piezas de Salvatierra de los Barros, de larga tradición alfarera) era una provocación para pensar que tan importante es regar como trinar, que el tintineo de las gotas hay que apreciarlo por lo que es y por lo que puede provocar inesperadamente, más allá de su posible rentabilidad económica. No solo importa que haya agua, que haya lluvia, sino cómo nos relacionamos con ella, si somos capaces de entenderla como parte de un ecosistema vivo y no como un bien de inversión.

Varias personas tocando los silbatos de barro para que suenen los trinos de pájaro
Concierto de pájaros

Volvimos a la cementera abandonada con la última luz. El colectivo UHT tiene ahí su espacio de trabajo y había preparado un “acuífero sonoro” para bailar con les djs Bizantina y Ramaseca. Celebramos con la claridad de saber que los acuíferos que tenemos bajo los pies siguen menguando y que el aire que respiramos sigue contaminado por la producción de cemento, pero con la mirada en otros horizontes, otros imaginarios que transforman las ruinas industriales en prefacios de nuevas historias, dándole otro sentido al mundo que habitamos. Así emergen las tradiciones.