×
Share
Diario 17.06.2025

Ir lento no es siempre llegar tarde

Construyendo con sebe viva



Estar en los ciclos de la naturaleza tiene algo de rebeldía con respecto a los tiempos del progreso. Detenerse porque nieva o porque el calor es asfixiante es una experiencia que nos reconecta con lo que somos. Aunque la velocidad y las promesas del progreso estén siempre empujándonos hacia el futuro, sea el que sea y arrase con lo que arrase.

Construir una parte de la pieza que hemos ideado junto a Auxi Gálvez con sebe viva, con materia viva, lejos de ser exclusivamente un acto estético tiene mucho de acto de resistencia. De autogobierno y resistencia. Y también de acto de amor hacia lo que estamos creando y hacia el territorio que habitamos. 

Los cuidados tienen esa magia. La magia del fruto. Un fruto que no necesariamente es para consumir. Un fruto que más que comestible es vivible. Y que se transforma según el ciclo natural en el que nos encontremos. Así, esta primavera en exceso lluviosa, ha impedido a las/os comitentes cortar la hierba cuando aún estaba muy baja y, ahora, estamos aprendiendo a segar con guadaña. También un invierno bastante seco y frío no ha permitido excavar ciertas zonas necesarias para instalar el resto de la pieza. Pero estos “inconvenientes” nos están permitiendo vivir de forma especial cada encuentro, cada progreso. Y nos están permitiendo vivenciar lo que podemos hacer en el futuro.

“Sigamos”, dice Fran, un comitente, “a poquitines”. Gaia está ahí, observándonos, tranquila, viéndonos segar y recoger la hierba mientras, en unos terrenos no muy lejanos unas segadoras de tambores triples con una anchura de corte de 8,95 metros trabajan a destajo para ensilar hierba. Mientras nosotras/os avanzamos unos pocos metros con nuestra guadaña, las segadoras cortan cientos de metros para que, posteriormente, un camión las recoja. El trasiego por el camino es continuo. El progreso no para, pero nosotras/os afilamos la guadaña con la piedra y continuamos hasta que el sol se empieza a ir. No nos ha dado tiempo a acabar. Era evidente. “A poquitines”, dice ahora Carolina.

Volvemos a vernos la siguiente semana. Ya no hay camiones. Ellos ya acabaron su trabajo aquel día. 

Una guadaña, dos hoces, dos rastrillos, dos horcas y las manos. Mano a mano y risa a risa, nos vamos contando de nuestras vidas y hablando del presente y el futuro de este lugar que estamos cuidando. De las maneras que Narrativas solares van a continuar en el futuro, una vez inaugurada la pieza. Durante estos trabajos hay un sonido que nos lleva acompaña constantemente. Fran nos dice que nos agachemos tras la hierba que aún no hemos segado y saca el móvil. Lo eleva y pulsa el play. Los sonidos que habíamos escuchado se multiplican. “Son perdices”, nos dice, “si estamos en silencio seguro que se acercan hasta donde estamos”. Pero no es así. No importa. Este gesto ya es un aprendizaje sobre lo que podrá ser Narrativas solares una vez que concluya la mediación. 

Me viene a la mente Aristóteles y los peripatéticos. Ellos aprendían mientras deambulaban, nosotras/os compartimos enseñanzas mientras segamos o construimos sebes. Y esta escuela que está siendo Narrativas solares para todas/os ya empieza a tener unas bases tan profundas y vivas como la de los “hincones” de la sebe viva que estamos construyendo y cuidando con nuestras manos.