Y, sin embargo, existen historias de amor
imagen de Raquel SantaolallaReflexiones tras la inauguración de Solaridades
Vivir 14 años en un territorio como La Sobarriba (esos son los años que la habité), puede darte la dimensión de lo que son capaces de hacer sus habitantes. De lo que son capaces de hacer con sus manos y sus actos. De la capacidad que tienen de crear posibilidades para un futuro mejor en comunidad. Pero no deja de sorprenderme la capacidad que tienen las mujeres y hombres de este territorio, y de otros muchos repartidos por el estado español, para seguir construyendo relatos no hegemónicos sobre lo que significa habitar las periferias.
Dice Byung-Chul Han en su libro de 2023 La crisis de la narración: «Para narrar hace falta que se escuche atentamente y se preste atención concentrada. La comunidad narrativa es una comunidad (…) que escucha con atención». Y en esto llevan ocupados algunas vecinas y vecinos de La Sobarriba durante los últimos 3 años. Re-escuchándose y redescubriendo lo que significa enraizarse con las demás para entretejer una comunidad que, más allá de la lucha eco-social que en un principio las convoca, hunde sus raíces en los cuidados y en los afectos. Con lo humano y con lo que es más que humano.
El día de la inauguración de Solaridades Marina, una de las comitentes, decía: “Voy a hablar de lo que siento y valoro de esta tierra”. Las/os comitentes de Narrativas solares llevan demostrando un amor inmenso por el territorio sobarribeño. Pero no es este un amor ciego, entregado sin cuestionamientos. Más bien, al contrario, este amor por el territorio surge de ciertos interrogantes sobre la pertenencia y la identidad. De lo que significa “ser de”, “haber nacido en”, “vivir en” o “pertenecer a”.
La comunidad a la que pertenecen estas comitentes se puede resumir muy bien en dos de los actos que nos acompañaron el día de la inauguración.
El primero tiene que ver con un presente que se entregó a algunas de las asistentes que habían colaborado de alguna manera en el proceso de construcción de la pieza. Este regalo que consistía en un collar de agavanzas o escaramujos (el fruto de la rosa silvestre) que fue creado por vecinas de la comarca, cosiéndolos en las tardes del incipiente otoño. Escoger este fruto y ofrecerlo de esta manera nos habla de una comunidad de lo pequeño, de lo alejado de los grandes centros de poder, una comunidad que mira con los ojos llenos de amor hacia cada habitante humano y más que humano, una comunidad que como la rosa silvestre crece en el territorio a pesar de las dificultades.

El segundo acto se refiere a los cuerpos. Poner los cuerpos en actos de resistencia tan sencillos como caminar por un camino rodeados de campos segados, amarillos por la gran sequía que ha asolado Castilla y León este pasado verano, huyendo de la inmediatez que nos exige el progreso para sentir cada pequeño sonido, olor o escalofrío de emoción. Este caminar que ha sido una de las metodologías de trabajo en las que hemos estado desde el inicio de la concomitancia, intentando senti-pensar con la diversidad de habitantes de La Sobarriba.
Y este poner el cuerpo alcanzó su momento más especial cuando dos de las comitentes, Carolina y Marta, nos invitaron a juntarnos tocándonos en un gran círculo o cuando hicimos una gran espiral cogidos de la mano para entrar en la pieza Solaridades. Estos dos momentos tienen que ver con la posibilidad de generar amor entre cuerpos y sentires que nunca se han encontrado. Cuerpos ancianos, cuerpos sordos, cuerpos infantiles, cuerpos urbanitas, cuerpos alejados territorialmente o cuerpos vecinos. Cuerpos que nunca se hubiesen encontrado para amarse de esta manera si no hubiese una lucha detrás de estos actos. Una lucha que las/os comitentes no han acabado, porque para luchar primero hay que reconocer cuál es realmente el deseo profundo que está sumergido bajo la maraña de pensamientos que nos lo impiden ver. Y esto es lo que hemos hecho en Narrativas solares: darnos cuenta, reparar en lo que somos y en lo que ya estamos haciendo.




Decía Daniela, otra de las comitentes, que de alguna manera ya da igual que construyan la macro-instalación fotovoltaica en La Sobarriba, porque nada volverá a ser igual para ellas/os ni para la comarca. En cierto sentido, ya se ha ganado la lucha. Nos hemos vuelto a mirar a los ojos, llenos de rabia o de lágrimas, y nos hemos dicho: “Somos hijas legítimas de esta tierra. Esta narración es nuestra. Escuchadnos”.


