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Diario 06.06.2024

Ancestros y fantasmas

Relato de los avances del proyecto de Extremadura y el proceso de imaginación del encargo artístico.



En las primeras sesiones de ‘Non plus ultra’ hablamos de sequía, de las fuentes, los olivos de secano que están pasando a regadío, de los problemas del agua local (con altísimos índices de cal), de la imagen devastadora de los embalses vacíos… El agua aparece como una imagen de dolor. Es difícil expandir la mirada y ver más allá de los conflictos económicos y políticos que la han secuestrado. Tratando de navegar este enredo, una mañana de domingo sentades sobre unas rocas tras la Ermita de la Estrella de Los Santos de Maimona, leímos a Sophie Lewis: Defino “amniotécnica” como el arte de aguantar y cuidar incluso cuando te desgarran, al tiempo que te sostienen […] sigo defendiendo que deberíamos prestar atención a las tecnologías que utilizamos -fronteras, leyes, puertas, tuberías, boles, barcas, bañeras, canalizaciones y bisturíes- para controlar, liberar y dirigir el agua. ¿Cuándo es el momento de liberar una frontera? ¿Cuándo es el momento de mantener un espacio (como un cérvix) firmemente sellado? ¿En qué punto (como un cérvix) se puede derribar el muro? ¿Cuándo se puede retirar un vendaje? ¿Cómo puede una ciudad estar abierta a las foráneas y cerrada a los tsunamis? (“Otra subrogación es posible. El feminismo contra la familia”, 2020)

El agua en ‘Non plus ultra’ es un problema material, pero también es metáfora de la dificultad para arraigar y proyectar futuros ilusionantes en el sur no urbano de Badajoz. Darle vueltas y vueltas al problema del agua nos lleva a pensar las tecnologías que la controlan, aquí, donde tiene tanto peso las políticas hidráulicas franquistas que puntearon el paisaje de canales y embalses; tecnologías que gestionan la materialidad del agua, pero también su potencia simbólica: ¿cómo una generación de jóvenes puede imaginarse en el futuro si acecha la sombra del desierto, la imagen de un páramo donde hará más calor, los lugares frescos se evaporarán y cada vez será más difícil el acceso al agua potable?

Foto de los materiales de trabajo en una de las sesiones de mediación.
Foto de los materiales de trabajo en una de las sesiones de mediación.

Hablamos de estos temas y continuamente aparece una nostalgia por un tiempo en el que las fuentes eran lugar de encuentro, espacios públicos donde compartir, hablar, generar comunidad. Esas imágenes están en el imaginario del grupo de comitentes, pero casi nadie las ha vivido. Ilustran un pasado perdido, arrasado no por la sequía, sino por un progreso que desprecia cualquier referencia a un mundo diferente. Lavar la ropa con una máquina y no tener que hacerlo a mano puede ser una mejora obvia, pero en esa transformación se olvidó que las fuentes eran más cosa más allá de espacios de trabajo reproductivo, y nos encontramos lugares como la plaza de Llera, en la que construyeron un escenario de cemento y baldosas sobre la antigua fuente ocultándola. Las paredes de la construcción se desconchan por la humedad del manantial, que sigue manando bajo tierra, no todo se puede cubrir con cemento. Hay otros pueblos, como Valverde de Burguillos, donde tras años de olvido, están intentando recuperar la memoria colectiva que rodea el agua. Han conseguido declarar Bien de Interés Cultural la “cultura del agua” y buscan reactivar las fuentes, albercas y abrevaderos para que vuelvan a ser espacios que habitar, una tarea que no es fácil.

Hablamos en las sesiones de ‘Non plus ultra una’ y otra vez de la dificultad para recuperar espacios de encuentro en torno al agua, cada vez hay menos lugares de sociabilidad en los pueblos que no pasen por el consumo y los bares cada vez se parecen más entre sí, con una luz blanca led que homogeneiza como un filtro de Instagram. No llegamos a entender cómo se ha impuesto este imaginario, cómo se multiplica la imagen de algo que identificamos con “lo urbano”. Esta violencia neoliberal -que privatiza espacios de encuentro, imponiendo el consumo de una cultura capitalista como única forma de comunicación- arrasa con lo que queda de tiempos pasados. Lo más terrible de este proceso es que la destrucción de una forma de habitar los pueblos es un peligro de doble filo, puede conllevar una nostalgia por un tiempo que las generaciones jóvenes (y ya no tan jóvenes) nunca han conocido. El desarraigo que produce la destrucción de la cultura rural tienta desear el regreso a un tiempo, a unos hábitos y a un paisaje inaccesible, que ya ha desaparecido. Es su libro “Arde la sed”, María Sánchez concentra está tristeza en los siguientes versos:  


Los mares antiguos

duermen ahora en las piedras

bravíos florecían

ya no llueve no

ya no llueve como antiguamente

una y otra vez repiten

los mayores

ellos nacieron

antes del fin

ellos se convertirán en ancestros

nosotros en fantasmas

Los comitentes del proyecto exploran el territorio de la provincia de Badajoz.
Los comitentes del proyecto exploran el territorio de la provincia de Badajoz.

Habitamos la pérdida de un mundo y al tomar consciencia de ello me aterra pensar que este proceso no sea solo dañino en el presente y que también se convierta en una herida que hereden generaciones futuras. El reto de les comitentes de ‘Non plus ultra’ es plantear un encargo que transforme la imagen del sur pacense como una tierra abocada a la sequía y al extractivismo. Hasta ahora nos hemos centrado en analizar los problemas que acechan al agua en la región (los megaparques solares que secan el suelo, el acelerado agotamiento de acuíferos por el aumento de los cultivos de regadío, el leviatán de la minería a cielo abierto para la transición digital que sucederá lejos de aquí…) y en comprender las amenazas presentes y la cronología que ha definido Extremadura como una tierra encajonada entre dinámicas de colonialismo interno y la nostalgia casposa de una arcaica “raza de conquistadores”. Pero cuanto más analizamos el contexto que habitamos y estas urbanidades difusas (pues lo urbano no es un territorio, sino formas de vida que se extienden desde centros) que se infiltran en todas partes, más reconocemos un peligro que se ha hecho hueco en nuestras quejas: ser incapaces de salir de un relato de dolor y angustia, de melancolía por un tiempo pasado (que nunca fue mejor), y solo poder despreciar el tiempo que realmente habitamos.

Para evitar convertirnos en fantasmas de un tiempo que nunca hemos vivido hace falta reconciliarse con estos paisajes que a comienzo de junio afinan un amarillo espinosamente seco. El encargo de ‘Non plus ultra’ debe buscar un modo de “reencantar” el territorio y evitar convertirlo en un trauma generacional. Es una tarea compleja pero no imposible, hay múltiples modos de hacerlo: rebuscar en la memoria común y encontrar relatos sobre los que afianzarnos, generar sueños colectivos que escapen de la sequía imaginativa del presente, pensar formas de vincularnos con otras generaciones (pasadas y futuras) desde los cuidados, conocer situaciones críticas de otros tiempos y espacios que nos ayuden a compartir herramientas y estrategias solidarias…

Foto de los materiales de trabajo en una de las sesiones de mediación.
Foto de los materiales de trabajo en una de las sesiones de mediación.

Lewis hablaba de “aguantar y cuidar incluso cuando te desgarran, al tiempo que te sostienen”, creo que podría hacer referencia a la relación con este paisaje extremeño en tiempos de crisis ecosocial. El encargo se empieza a definir y apunta a la necesidad de intervenir los imaginarios e infraestructuras que nos impiden reencantar la tierra. “Reencantar” es un término bello, lo tomo del libro “Reencantar el mundo: el feminismo y a política de los comunes” de Silvia Federici y habla de un deseo colectivo lleno de imaginación. Me gustaría conversar con María Sánchez para entender mejor qué piensa cuando escribe “ancestros”; para mí, la diferencia con los fantasmas es que los ancestros tienen una conexión con la tierra que les permite transmitir conocimientos. Necesitamos vincularnos al suelo desde el suelo en crisis que habitamos para no ser fantasmas y reencantar estas comarcas. Hay que hacerlo como una tarea reparadora, no solo del paisaje, también de los traumas climáticos. Hay que hacerlo desde la alegría.