Encuentro Quásares: un espacio para reflexionar sobre cultura y salud donde se contó el proceso de la concomitancia
Foto de Óscar RomeroAsí fue el encuentro Quásares
En septiembre de 2025, la concomitancia Quásares abrió un espacio de conversación entre quienes cuidan, crean y piensan la salud desde lugares distintos, pero con una intuición compartida: que el arte y la cultura pueden ser formas de cuidado. Durante tres días, profesionales sanitarios, mediadores culturales, artistas, pacientes e investigadoras se reunieron en la sede de la Universidad Internacional de Andalucía en Sevilla para explorar lo que sucede cuando esos mundos se encuentran.
De ahí surgió un tejido de experiencias, debates y afectos que fue dando forma a un campo en expansión: la interfaz entre cultura y salud, donde las prácticas artísticas se entienden no como adorno o terapia complementaria, sino como herramientas de comprensión, relación y transformación.
En la web del proyecto (encuentro.quasares.es) se publicarán las relatorías completas. La que váis a leer ahora es la que corresponde específicamente a la presentación del propio proyecto Quásares dentro del encuentro. Está escrita por el relator del proyecto, el investigador cultural Rubén Díaz.
Quásares, arte y cáncer
Conversación entre Marta García Miranda (Periodista cultural especializada en artes escénicas y literatura), Felipe G. Gil (miembro de ZEMOS98 y mediador de Quásares), Adela Angulo (Adela por dios; artista e ilustradora, invitada al proyecto Quásares), Andrea Morán (Artista sonora, participante del proyecto Quásares), María del Pilar Muñoz (Enfermera oncológica e integrante de Quásares), Lucrecia Ramos (Técnica de radioterapia oncológica e integrante de Quásares) e Inmaculada Malasaña (Paciente oncológica e integrante de Quásares).

“Todo proceso riguroso comienza con una investigación. ¿Cuál fue el punto de partida de Quásares?”, abría la periodista Marta García. Y Felipe G. Gil, más allá de hace referencia a los antecedentes del proyecto, recordaba sus primeras visitas como mediador cultural al área oncológica del Hospital Infanta Luisa de Sevilla: “Me sentía como un vendedor de enciclopedias al que nadie hacía caso”.
Si en la jornada anterior el hospital se había evocado como un lugar de preocupación, rechazo o miedo, la imagen de un mediador cultural perdido en sus pasillos evocaba otro tipo de extrañamiento: el del visitante que llega a un no-lugar, en el sentido del antropólogo francés Marc Augé. Un espacio funcional y tecnificado donde las personas circulan, esperan, son registradas, clasificadas y tratadas. Un escenario donde la vida parece suspendida. Lo que buscaba Quásares era precisamente abrir una grieta en esa linealidad, una rendija por donde pudiera colarse el relato, la escucha, el gesto artístico.
Sin reparar demasiado en ello, fue entonces cuando Lucrecia Ramos, técnica de radioterapia, mostró a Felipe el pequeño cubículo donde los pacientes oncológicos cuelgan cartas escritas durante el tratamiento. En muchas se repite una expresión en agradecimiento al personal sanitario, en especial a las técnicas y enfermeras que los acompañan en “el viaje del paciente”: son ángeles de luz. “A pesar de que damos muy poco”, decía Lucrecia, “esas cartas sirven sobre todo a los que llegan después; en ellas encuentran consuelo y compañía frente al miedo y la incertidumbre que otros ya han sentido”. Ese rincón del hospital, aparentemente banal, se convertía así en un contraespacio: un lugar habitado por afectos, donde el tiempo clínico quedaba interrumpido para dar paso a la experiencia compartida.
Entre aquellas cartas, Felipe leyó una de 2015 que comparaba a las profesionales sanitarias con los quásares, objetos celestes de energía descomunal, “los más luminosos del universo”, capaces de transformar todo lo que los rodea. De esa metáfora nació el proyecto: una exploración de la geografía emocional del cáncer. Quásares que re-habitan el no-lugar del hospital y lo convierten en un territorio de mediación y sentido: una constelación humana donde pacientes y profesionales dibujan juntos una nueva cartografía del cuidado.
Marta García intervino entonces: “Desde la mediación, es fácil caer en el papel de salvador. ¿Qué dinámicas ayudan a contradecir ese prejuicio del mediador paracaidista?”. Felipe respondía sin grandilocuencia: “No tengo la seguridad de estar haciendo algo útil, pero sí la convicción de que somos rigurosos en el proceso. Quizá somos compañeros de un servicio común”.
Siguiendo la filosofía y metodología de Concomitentes, Quásares se construye como un proceso de creación compartida entre personas del ámbito sanitario y del mundo artístico. Más que producir obras de arte al uso, el proyecto busca generar dispositivos culturales nacidos de las necesidades reales de la comunidad hospitalaria, que luego puedan abrirse a la sociedad y provocar conversación más allá del hospital. En el centro de todo late la colaboración entre pacientes, médicas, técnicas, mediadores y artistas, que dialogan para dar forma a experiencias capaces de traducir lo que habitualmente no encuentra lenguaje.
Por ejemplo, la ilustradora Adela Angulo (“Adela por dios”) está creando una serie de ilustraciones que, desde el humor y la ternura, retratan las emociones cotidianas de las pacientes oncológicas, desmontando los clichés de la enfermedad y proponiendo una mirada más humana y cercana, “desdramatizada”, según la propia artista. Paralelamente, la documentalista sonora Andrea Morán trabaja en una pieza sonora que construye una especie de mapa afectivo del cuidado: conversaciones, silencios, respiraciones, gestos mínimos que, a menudo, dicen más que cualquier diagnóstico. Ambas propuestas comparten un propósito común: ofrecer apoyo emocional a través del arte, visibilizar los afectos que acompañan la experiencia del cáncer y recordarnos que, incluso en el entorno más clínico, la creación sigue siendo una forma de cuidado.
“¿Desde qué lugar lo hacéis?”, preguntaba la periodista. Angulo, que terminó sus estudios en medicina con la especialidad de medicina familiar y que ejerció la profesión brevemente antes de dedicarse al arte, reconoció: “Cuando yo era médica de familia tenía la sensación de control, aunque hablara de temas delicados. Como médica, era vertical. Aquí la relación es más horizontal: se crea un ambiente de comunicación real donde compartimos miedos y vulnerabilidades”. Luego añadió: “Fue bonito, pero ya sin estar blindada; ahora eres parte del proceso, lo creamos juntas”.

Andrea Morán coincidía: empezó el proyecto con cautela, consciente del peso emocional del material, pero acabó cambiando de mentalidad. Felipe le había recordado que no se trataba de construir personajes arquetípicos ni giros narrativos, que se olvidara de las marcas periodísticas y también de las presiones mediáticas a las que acostumbra como realizadora de documentales sonoros. Marta intervino: “¿Y las líneas rojas?”. Angulo respondió enseguida: “Tengo miedo a pasarme. Quiero decir lo que necesita ser dicho, pero cuidando cómo se representa”. Por su parte, Morán explicaba: “Las líneas rojas se han ido disipando: si alguien te habla, te está dando permiso. No es hacer llorar a alguien, sino emocionarse con alguien. Hay un pacto tácito”. Pero Angulo reflexionó: “Tengo miedo a ser invasiva. ¿Hasta dónde puedo preguntar?”. Y concluyó: “A veces las cosas no tienen utilidad y eso está bien. Hay contradicciones. Hablar del cáncer, dejar de ser una persona con cáncer… El después de la enfermedad también es un espacio inmenso del que hay que hablar”. Morán completó: “La enfermedad rompe la linealidad. Es una montaña rusa. Por eso hacemos piezas cortas, fragmentarias, que respiran”.
En ese momento, se escuchó un fragmento de la entrevista sonora con Inmaculada Malasaña, paciente oncológica participante en el proyecto. Fue difícil contener la emoción, no sólo por lo que contaba Inmaculada —su relato era duro, muy emotivo— sino por la experiencia de escucharlo todas juntas, compartiendo su silencio y entereza, arriba del escenario, donde estaba acompañada por mujeres como María del Pilar Muñoz, enfermera oncológica, uno de sus quásares. Inmaculada, además de paciente, había sido también voluntaria en la unidad tras recuperarse de su cáncer, pero tuvo que parar porque le afectó emocionalmente. “Sé lo que siente un paciente cuando dice ‘Tengo frío’. Lo entiendo. Ese frío no se quita con una manta”.
“Además del tratamiento, aportamos oídos. No es sólo poner quimio. Mi unidad es la más bonita de la oncología: te hace pensar mucho, te llevas emociones a casa. Yo no sabía qué iba a aportar, pero sabía que, como enfermera, era la portavoz del paciente”, decía precisamente Pilar. Y Lucrecia Ramos añadió: “He comprendido mejor mi trabajo a través de este proyecto”.
Inmaculada fue muy generosa hablando de la vulnerabilidad del paciente oncológico: “Volver a reconocerte calva cuesta. Me costaba mirarme. ¿Cómo vas a querer algo con tu pareja? Nos quedamos raras, con miedo. Vivir con miedo es muy difícil. Aprendemos a callarnos”. Lucrecia compartió una autocrítica importante: “Durante mucho tiempo, cuando una paciente se angustiaba por perder el pelo, muchas de nosotras decíamos: ‘Eso es lo de menos, mujer, volverá a crecer’. No fue hasta que una psicóloga nos hizo ver lo inapropiado que podía ser ese comentario que comprendimos su peso real”. A lo largo del encuentro, se ha hecho evidente la relevancia del género. De hecho, las voces del proyecto son, en su mayoría, femeninas. Lo vemos también en la percepción social del cáncer de mama, del que se habla con naturalidad, y el tabú que representa el cáncer de próstata, aunque sea estadísticamente incluso más letal. Quizá porque ataca a la virilidad del hombre. “Son las esposas quienes suelen hablar por ellos”, confesaban Pilar y Lucrecia. ¿Cómo no tener en cuenta la cuestión de género en el espacio sanitario?
Las mujeres que cuidan, las que enferman, las que acompañan, las que sostienen la palabra cuando el cuerpo se agota. Quásares muestra que la cultura y la salud se encuentran en ese territorio históricamente ocupado por ellas: el de la escucha, la empatía y la mediación. Pero también evidencia que el cuidado no es un ámbito privado, sino una práctica cultural y política. Al fin y al cabo, en la salud y en la enfermedad, lo personal es político.
Fotografías de Óscar Romero.


